Tomar conciencia de la soledad en una tienda de la calle Serrano
Historias de soledad de dos mujeres que viven lejos de sus familias. Ellas en Madrid, sus familias en Murcia y Canarias
No he sido yo quien ha vivido ninguna de estas dos historias, pero las han compartido conmigo en una misma semana. A veces, estando acompañadas, nos sentimos solas en momentos muy concretos. En ocasiones, es la incomprensión por parte de los demás la que nos genera ese sentimiento de soledad tan incómodo.
Pongamos que la protagonista de la primera historia se llama María. María ha sido madre con 30 años en Madrid, ha sido la primera de sus amigas en atreverse a hacerlo. Lo ha sido, además, en una ciudad en la que las distancias se hacen eternas.
María lleva unos 8 años con su novio, se casaron hace un par de ellos y viven juntos desde 2019. María y su marido se conocen perfectamente, él es abogado, trabaja en un despacho hasta tarde todos los días de la semana. Cuando decidieron traer a una criatura al mundo ella sabía que pasaría muchas horas a solas con el bebé, pero lo que no sabía es que eso le iba a hacer tan infeliz.
Cuando traes a una versión mini de ti al mundo y, con lo romantizados que están tanto la maternidad como el embarazo, es complicado pararte a pensar en la soledad. Es más, es casi contradictorio porque nunca volverás a estar sola, a partir de ese momento un ser diminuto será tu sombra. Pues sí, durante sus primeros meses de maternidad, María se ha sentido más sola e incomprendida que nunca.
Su familia, al igual que la de Teresa (la protagonista de la segunda historia) vive lejos, sus amigas tienen vidas que en nada se parecen a la suya en estos momentos y una ciudad tan poblada como Madrid se ha convertido para ella en un umbral de soledad.
Menos mal que existen los barrios, las asociaciones y los grupos de madres; esos que en ocasiones tanto se demonizan y que son tan necesarios para personas como María que no han encontrado a un “igual” en sus círculos y han tenido que acudir a entornos nuevos para buscarlos.
Los 3.527.924 habitantes de Madrid no son suficientes para que María no se sienta sola cada tarde mientras su marido sigue en el despacho y sus amigas en clase de pádel, en spinning, en el club de lectura o encerradas en sus oficinas.
Al principio no lo entendí
Tomar conciencia de la soledad en una tienda en la calle Serrano, esto fue lo que le sucedió a Teresa. Yo, al principio no pude empatizar con ella, luego la entendí.
No era una tienda cualquiera en esta carísima calle de Madrid, se la había recomendado una amiga para que se comprara allí el vestido que llevaría en un día muy especial, una celebración religiosa y familiar que ella misma había organizado.
Al llegar a allí, Teresa se dio cuenta de que estaba sola. No se había sentido sola antes, lo hizo al cruzar la puerta de esa exclusiva tienda y ver que entre esas cuatro paredes no se encontraba ninguna mujer que hubiese acudido sin compañía, sola.
Entre vestidos de más de 500 euros y con una ceremonia organizada por todo lo alto a la vuelta de la esquina, se dio cuenta de que ella no era como las otras chicas, que ella no podía pedirle a su madre que la acompañara para escuchar lo bien (o mal) que le quedaban aquellos vestidos. Que su madre vivía a más de 400 kilómetros y eso marcaría su vida en la capital.
Y, aunque parezca una situación banal, son, en ocasiones, situaciones “cotidianas” (según para quién) como estas las que nos recuerdan que vivir lejos de nuestras familias para, muchas personas, complica las cosas.
Nunca sabes cuándo vas a sentirte así, solo. Espero que tú que estás leyendo esto no sientas tanta soledad y, como seguramente seas mi amigo, si lo sientes, me escribas y nos vayamos a dar un paseo, a tomar un helado o a bebernos un vermut.